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EL MINISTRO Y EL NUEVO NACIMIENTO

Jesús Suárez (Ministro de Culto Amirfup)

Fotografía por cottonbro studio.

“El evangelio mismo al correr por hombres espiritualmente dañados, puede perder su
mérito hasta el grado de hacerse perjudicial a sus oyentes” (Spurgeon, 2010, p. 8) . Esta
declaración de Spurgeon muestra la preocupación que tenía en que sus estudiantes
comprendieran la importancia de mantenerse en la mejor condición espiritual para servir como
ministros. Pero, vale la pena reflexionar en que el atributo esencial del ministro cristiano es
haber nacido de nuevo, ya que es el fundamento de la experiencia religiosa del ministro de Dios.
Sin embargo, también es necesario un caminar constante con Dios para que el ministro cumpla
con las expectativas de su llamado con compasión por las almas y anhelando que otros disfruten
de una experiencia espiritual satisfactoria. Para esto, tendrá que tener una vida devocional
activa y vincularse a programas especiales de la Iglesia en beneficio de su comunidad (Giles,
2006, pp. 20–21) .
Pero, ante el cuestionamiento de si es posible que un ministro de Dios no haya nacido de
nuevo, aunque sea un miembro prominente en la religión, en el capítulo tres del evangelio de
Juan se encuentra el caso de Nicodemo. Este era un principal de los judíos que se acercó a
Jesús diciéndole que sabe que viene de Dios como maestro por las señales que hace. Sin
embargo, Jesús le explica que si “no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3

RVR 1960) y que no puede entrar en el reino de Dios a menos que “naciere de agua y del
Espíritu” (Juan 3:5 RVR 1960). Así mismo, Jesús identificó que Nicodemo, siendo maestro de la
ley, no sabía esto y le cuestionó que si no creía las cosas terrenales que le explicaba, entonces
cómo podría creer si Jesús le dijera las cosas celestiales. Entonces, vemos que el nuevo
nacimiento es una experiencia que ocurre en lo terrenal para poder tener acceso al reino de Dios
que es espiritual.
Casos como el de Nicodemo aún existen y quizás ahora con mayor riesgo. De hecho, el
mismo Jesús advirtió sobre “los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas,
pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15 RVR 1960). Así que existen personas que
conocen las escrituras sagradas contenidas en la Biblia, pero no han experimentado el nuevo
nacimiento, es decir, que en el ámbito religioso pueden existir ministros no nacidos de nuevo.
Para este tipo de personas será imposible suplir las necesidades espirituales de otras, a pesar
de que enseñen preceptos morales y tradiciones, que pueden llevar a una cultura de hacer las
cosas bien desde la perspectiva moral de una sociedad. Así mismo, no pueden anunciar con
convicción la obra redentora que Jesucristo hizo “para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16 RVR 1960), siendo ineficaces en el cumplimiento de
la misión de la Iglesia de Cristo.
Por ejemplo, en la membresía de las denominaciones cristiana se encuentra un
significativo número de personas que no han nacido de nuevo, quienes pueden llegar a ocupar
cargos de liderazgo en la comunidad religiosa. Según una investigación hecha por Thom Rainer
a trescientos quince miembros de su congregación, el 31% manifestó no ser cristiano y el 14%
no estaban seguros, estableciendo que estas personas confunden las actividades de la iglesia
con la salvación, pensando que las obras de servicio son suficientes para entrar al cielo.
También, encontró que algunos tienen motivaciones seculares para captar adeptos políticos o
ampliar relaciones sociales con intereses particulares, presentando con mentiras una convicción
de fe religiosa que no tienen. Por otro lado, una de las causas para que los nuevos miembros de
la iglesia no se conviertan sin llegar a ser creyentes nacidos de nuevo, quizás la más grave, se
relaciona con la tendencia a hacer confuso el mensaje de la salvación, omitiendo aspectos
fundamentales como el arrepentimiento, anunciado por Jesús (Mateo 4:7), y la convicción de
pecado (Juan 16:7-11), que solo puede dar el Espíritu Santo (Rainer, 2007, pp. 278–280) . Es
difícil que alguien que no haya nacido de nuevo y no comprenda el proceso de regeneración en
su propia vida, pueda explicarlo a otras personas de manera efectiva.
Para evitar esto, el ministro de Dios debe comprender que más allá de su conocimiento y
su comportamiento moral, su llamado depende del reconocimiento de su necesidad profunda de
cambio como la planteó David: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu
recto dentro de mí” (Salmos 51:10 RVR 1960).
Para esto, es necesario nacer del agua y del espíritu. Con respecto a nacer del agua, más
allá de la manifestación pública que el creyente hace al ser bautizado en agua, que hoy se

considera una ordenanza para los cristianos, el estudio, la meditación y la reflexión en la palabra
de Dios plasmada en la Biblia, son fundamentales para la madurez espiritual. Al respecto, el
apóstol Pablo explica que el mismo Jesús se entregó a sí mismo por su Iglesia, “para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26 RVR
1960), por lo tanto, es necesario que el ministro se alimente de ella para poder alimentar a otros.
En contraste, el nacimiento del espíritu es aquel que ocurre al recibir el Espíritu Santo. En
el libro de los Hechos de los Apóstoles hay muchas referencias al respecto, sin embargo, se
observa que era prioritario para los apóstoles que esto ocurriera en las personas. Por ejemplo,
Pedro y Juan fueron hasta Samaria a orar por aquellos que escucharon la palabra de Dios, para
que “recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino
que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús” (Hechos 8:16 RVR 1960). Así
mismo, hay evidencia de cómo durante la exposición del evangelio el Espíritu Santo cae sobre
quienes lo escuchan. Tal fue el caso de los nuevos creyentes en Cesaréa (Hechos 10:44)
quienes hablaron en lenguas y magnificaron a Dios, luego de que el apóstol Pedro les
compartiera el evangelio de Jesús. Frente a esto, Pedro plantea esta pregunta: “¿Puede acaso
alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo
también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús” (Hechos 10:47-48a
RVR 1960).
En conclusión, el nuevo nacimiento es el primer y fundamental atributo de un ministro de
Dios. Es una experiencia terrenal que comienza con el arrepentimiento, pero que trasciende a lo
espiritual y que es la única forma de entrar al reino de Dios. Si bien es el inicio de la verdadera
vida cristiana, no es el fin, ya que el llamado del ministro de Dios implica que compartirá su
convicción de fe a partir de la obra regeneradora que el Espíritu Santo hizo en su vida. Sin
embargo, Jesús anunció que se presentarán falsos profetas, aparentes maestros que podrían
ofrecerse como ministros de Dios. Por lo tanto, la Iglesia debe estar en capacidad de conocerlos
por sus frutos (Mateo 7:16a RVR 1960) y seleccionar para el servicio solo aquellos que practican
la verdad y que vienen a la luz “para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”
(Juan 3:21 RVR 1960), y se logre la efectividad que se espera en el cumplimiento de las tareas
de su ministerio.
Referencias
Giles, J. (2006). De pastor a pastor (Novena edición). Casa bautista de publicaciones.
Rainer, T. S. (2007). Cristianismo. En S. Dawson (Ed.), Guía completa de evangelismo (pp.
276–280). Vida.
Spurgeon, C. H. (2010). Discursos a mis estudiantes (Vigésima edición). Mundo Hispano.

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